miércoles, 17 de marzo de 2010

Ecuador: Lejos del Suelo y Lejos del Cielo


¿Cuál es el sitio al que realmente pertenecemos?

Todos estamos destinados a vagar sin rumbo fijo día tras día. Perdidos en el camino de la vida la única opción posible es aferrarnos a esperanzas digitalizadas que nos llevan maliciosamente a ser parte de un sistema; así el camino nos lleve directo al infierno consumista.

¿Quiénes son los ricos? ¿Quiénes son los pobres?

Los pobres son el camino empedrado que molesta a los ricos en sus carruajes con suspensiones oxidadas de banalidades; son aquellos que dañan sus caros zapatos disfrazándoles con vaserola negra mientras los intentan hacer la conversa; o, son el viento que despeina sus muy estilizados cabellos. En cambio, los pobres son los que piensan confundidos, engañados, perdidos; son los puentes pisados y resquebrajados, las piedras difícilmente niveladas, el camino y el viento que permite mover la rueda catalina de la sociedad.

Galeano hace referencia en uno de sus libros (patas arriba, la escuela del mundo al revés) a los niños de Quito, del Ecuador, se los encuentra en cada esquina limpiando parabrisas, dejando fluir sus intoxicadas maneras de imaginar entre espumas de jabón, intentos de sonrisa y vidrios cerrados y fríos, asfalto caliente, y con la gigante M (de McDonald) al frente, amarillando sus retinas.
La sociedad, ósea NOSOTROS (desgraciadamente me incluyo) o la mayoría, inyectamos odio disfrazado de diferencia, u otros los ven como los cepos para arrojar en Ellos monedas y ahorrar buenas obras para ir al cielo. Los cepos se transforman en marionetas, y éstos servirán a los hijos de los impiadosos ahorradores de cinco centavos, y volveremos a empezar, por enésima vez, de nuevo.

La posibilidad tecnológica permite a los niños ricos encontrar una droga electrónica, que ofrece una vía ilimitadamente láctea, para conocer el mundo detrás de una pantalla, bien escondiditos, bien seguritos, ante cualquier eventualidad... OFF.

Pero qué sucede con los niños empobrecidos, aquellos que navegan en los mismos mares de miseria donde las ratas aftosas ya han construido sus madrigueras antisísmicas y los han despojado de un refugio, todo gracias a la garantía de seguridad que ofrecen los policerdos público.
¿Dónde está el botón de OFF de ellos? ¿En el borde de un balcón ubicado a ocho pisos de altura y con las neuronas desvanecidas por la potencia del pegamento?

Las apariciones religiosas que les reconfortan por un momento, las iglesias que regalan un minuto de alivio para que pueden cumplir las otras veinte y tres horas con cincuenta y nueve minutos de trabaja, "de estrella a estrella". (Galeano)

"Cuando bajo a lo que soy, me siento encerrado como un pajarito", dice un niño de la calle al referirse a las drogas; y, los escrupulosos significados que las personas sin mentes pueden dar a estas palabras delatan la insensibilidad humana.

Todos los hemos visto en las calles, desprovistos de calor, de alimento, de besos, de cariño; pululan como animales muertos, escabulléndose por las entradas del Trole, con sus cancioncitas, con el chocolate o el chicle, con los caramelitos derretidos por el sol y por la desesperanza, cogidos de la mano, más perdidos que el alma y enfrentándose a docenas de conciencias dolientes que gritan a través de sus ojos su clamor y lo acallan con veinticinco centavos por cinco caramelos.